Empieza el curso escolar en el Corte Inglés, y todos nos ponemos en marcha, con la molestia urticante de estar avisándote desde agosto, lo cual te amarga las vacaciones, recordándote algo que aún no deseas pensar. Y dale que te pego: ni se te ocurra ir a los centros comerciales, que ya te informarán a todas horas, tan machaconamente como sólo saben hacer ellos, de los descuentos, de uniformes, de libros…., y de regalos, mientras vestimos playeras y soñamos con la siesta.Y claro, todo el material nuevo es un encanto mientras se compra, pero dicho éxtasis dista mucho de la realidad diaria de ir al cole y no a la playa.
Si para la mayoría de los mortales, los años vienen marcados por la Nochevieja y los propósitos del 1 de enero, para todo profesor, el año real empieza en septiembre y el ritmo de la vida se adapta, como el transcurrir del río, desde su nacimiento hacia la desembocadura, atravesando tierras y remansos, cascadas y páramos.
Es el nacer con objetivos, planteamientos y programaciones, e ir avanzando cada trimestre, a través de evaluaciones y parciales, al compás de temas, problemas y ejercicios, con excursiones y visitas, pizarras y recreos; anotando reuniones y entrevistas, con mil tareas en las manos y justificantes en los bolsillos, hasta esa nota final y esa firma en las actas de junio.
Cada curso, una experiencia nueva a descubrir, renovadas posibilidades abiertas a la aventura, miles de semillas aún en el aire, todo en el futuro, todo por saber.
Empezar desde cero es en verdad una suerte gratificante; no suele darse en muchos trabajos el poder cerrar una etapa e iniciar otra distinta cada año. Es cierto que la tarea es la misma, pero el cambio de horarios, de alumnos, de ritmos, incluso de asignaturas, permite a la mente olvidar quizá aquel curso paliza que te amargó la tarde de los lunes, aquel aula problemática en la que sólo entrar era un ejercicio agotador, aquellas actividades que no salieron como esperábamos y no pensamos repetir, o aquellos alumnos que ponían en jaque nuestra paciencia.
Y curso a curso se va pasando la vida sin apenas darnos cuenta, porque el día a día se llena de rostros y tareas que parecen ir empujando el reloj de las horas sin piedad.
Curso como inicio y como final; no es continuidad.
Qué fantástico saber que hay un proceso por delante que llegará, queramos o no, a una meta, a un último día, donde todo quedará atrás, y el trabajo realizado podremos situarlo en la perspectiva del tiempo.
Y curso como cada clase concreta, con su propia dinámica interna.
Cada hora hay que realizar el esfuerzo mental de situarse en 4º ESO B, o en 1º ESO A, o en 3º ESO C.
Y hablamos de ese curso con el que no hay manera de conectar; de ese primero apático, que parece no despierta; de aquel tercero tan divertido, pero que no trabaja nada; de ese grupo de alumnos que boicotean la marcha de tal o cual clase.
Y hay cursos en el recuerdo que calientan el corazón.
Qué maravilla situarse en una clase con la que llega a existir, sin que medie razón aparente, un conectar especial, un sentirnos mutuamente vivos, dinámicos, y todo fluye armoniosamente. Y, sin embargo, se establecen otros grupos en los que no hay manera de iniciar una relación cordial, y supone día a día, un esfuerzo de voluntad el trabajo mutuo.
Curso…, de transcurrir, de deslizarse sobre cada estación que nos empuja entre gotas de lluvia y calor del sol…, de tiempo.
Curso…,de trayectoria sin retorno, siempre hacia delante, erosionando, puliendo las aristas de la mente, humanizando cada rasgo, definiendo poco a poco todo aquello que somos y aquello en lo que creemos.
Curso…, como fluir incansablemente sobre las horas, sobre el cuerpo, vaciando deseos y utopías, para llenarlas de pura realidad.
Cada curso…, cada vez más…, impermanencia, como la misma vida.