Era un día poco soleado, aún la luna no se había escondido, seguía blanca como la nieve. Al llegar lo primero que hicimos fue almorzar y jugar un poco en el parque, pues el viaje se había hecho un poco largo, y el hambre había aparecido.
Enseguida observamos una gran iglesia, parecía una catedral, otra de las cosas que nos llamaron profundamente la atención fueron las fuentes antiquísimas que vimos, parecía algo prehistórico.
El recorrido a pie en constante subida fue duro, pero la llegada al museo fue bastante recompensa, especialmente el famoso cuadro de Felipe V, puesto boca abajo como castigo por quemar Xàtiva.
Adentrarnos en la “nevera” fue otra de las aventuras que vivimos, nunca jamás habíamos visto ninguna, y ahora estábamos dentro, ¡Es increíble lo que hemos avanzado en 50 años! ¡Antes no tenían electricidad y necesitaban meter nieve en agujeros!
El castillo, sin duda, fue lo más espectacular, era tremendamente grande, y albergaba una gran historia, con batallas y leyendas que rozaban la fantasía. Aquél castillo lleno de cañones, celdas y costosas escaleras había sido escenario de sangrientas batallas. Los caminos y las subidas y bajadas se hacían eternos, era impensable correr, pero sin duda eran metros que valía la pena recorrer, pues las vistas desde arriba dejaban sin habla; las montañas alrededor, el verde de los árboles y las plantas, y por supuesto, el perfume de las flores que hasta allí llegaba.