Durante años, si un forastero llegaba a Alboraya y preguntaba por Gloria Lapuerta, era probable que muchos vecinos no supieran de quién se trataba. Pero si preguntaba por Doña Gloria, seguro que todos te conocían.
En la historia de los pueblos, tanto si buscamos personajes insignes como si hablamos de la gente sencilla, encontramos casos en que “Don” o “Doña” son mucho más que una fórmula de tratamiento. Cuando el poeta se convirtió en el referente de una generación, sus compañeros dejaron de llamarle Antonio Machado y pasó a ser Don Antonio. Cuando el pueblo llano veneraba con emoción a una tonadillera, los medios dejaron de llamarle Conchita Piquer, y se referían a ella como Doña Concha. Cuando como maestra nacional te convirtiste en mucho más que una maestra, dejaste de ser Gloria Lapuerta, y hasta para tus compañeras de la orden fuiste Doña Gloria.
Aunque la muerte ha vencido a tu cuerpo, siempre seguirá vivo entre nosotros tu espíritu de servicio y de entrega a los demás. Y ante tu ejemplo como persona y como religiosa, no cabe más que dar gracias a Dios, yo diría que por tres motivos:
El primero, porque te guió hasta Alboraya, lo que posibilitó que te integraras en nuestra comunidad y en nuestra parroquia, compartiendo así vecindad y feligresía.
En segundo lugar, porque te infundió la vocación docente, y permitió a varias generaciones gozar de tu magisterio.
Y finalmente, agradecemos a Dios que, como profesores del Patronato, nos concediera el privilegio de ser tus compañeros de trabajo, y de aprender tanto, tanto como hemos aprendido de ti, Doña Gloria.